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Jardín de Ruinas

Caída del Paraíso

Es la extrañeza de sentirse solo, de escribir para nadie unas líneas estúpidas en este remedo de diario virtual y exhibicionista. Es el ansia de sublimar unos sentimientos que parecen especiales pero son lo más vulgar del mundo.
Volvemos a cometer siempre los mismos errores, ahora y siempre. No es el destino: es acaso el inevitable camino del hombre -del hombre, del ser masculino-, el sendero abierto en sus genes, en sus hormonas, en sus terminales nerviosas. Es el peligro de la costumbre, el vicio del hábito la serpiente que no puede ser aplastada, la sierpe que en el cuento de Zaratustra tiene uno que engullirse para no morir ahogado, solo que aquí es demasiado robusta como para romperle el espinazo de una dentellada. Es la serpiente de la convención.
La caída del Paraíso tiene muchas lecturas, algunas de ellas apócrifas. Me atrevería a decir que una de ellas, la más plausible, la más sugerente, es la de la condena de Adán con sus escarceos con Lilith. Así condena un dios vengativo la satisfacción de los impulsos. La carne abrió las puertas del Paraíso y las volvió a cerrar. Qué verdad en los Evangelios, qué verdad en nuestras heréticas mentes.

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