Sin miedo ni esperanza
Amelia había vuelto a su pueblo para pasar las navidades. Su mensaje en el móvil me sorprendió esa mañana, pero sin sobresaltos, sin pitidos estridentes. Una sorpresa silenciosa.
Ese mismo día, Sophie y yo estrenábamos la bañera de la nueva planta baja de sus padres. En el pequeño baño, el vaho inundaba el aire frío. Fuera llovía. Sin sexo, pero con todo el amor que una pareja que se conoce bien puede profesarse. Como antaño, para no levantar sospechas, nos despedismos y cada uno volvió a su casa. A veces, la clandestinidad es la sal de una relación.
Por la noche, algo que sí me sorprendió fue verla conectada. Hablamos, me contó sus último escarceos sexuales, pero esta vez -afortunada, sorprendentemente- no me invadió esa sensación, de envidia lujuriosa. Me divirtió. Mucho mejor así. Y de pronto, sin concesiones, le hice mi propuesta. Aunque las posibilidades de que aceptara fueran nimias.
Ese mismo día, Sophie y yo estrenábamos la bañera de la nueva planta baja de sus padres. En el pequeño baño, el vaho inundaba el aire frío. Fuera llovía. Sin sexo, pero con todo el amor que una pareja que se conoce bien puede profesarse. Como antaño, para no levantar sospechas, nos despedismos y cada uno volvió a su casa. A veces, la clandestinidad es la sal de una relación.
Por la noche, algo que sí me sorprendió fue verla conectada. Hablamos, me contó sus último escarceos sexuales, pero esta vez -afortunada, sorprendentemente- no me invadió esa sensación, de envidia lujuriosa. Me divirtió. Mucho mejor así. Y de pronto, sin concesiones, le hice mi propuesta. Aunque las posibilidades de que aceptara fueran nimias.
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oroD -
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