[Este post está escrito con mucho mal humor. No está en la tónica habitual de este blog. Sólo quiero desahogarme. Gritar. Que mis tímpanos exploten por el atroz volumen de la música desgarrando el aire. Si fumara, ahora fumaría. Si bebiera, me emborracharía. Pero sólo soy un estúpido cretino que tiene lejos a las chicas que ama, un imbécil que cree que tiene a dos chicas y no tienen ni tan sólo a una. Maldita sea, cómo odio este mundo.]
Tres días en la cama, agonizando por una estúpida faringitis, solo, débil, sin fuerzas, nadie llama, nadie viene, nadie escribe, nadie pregunta, nadie responde.
La primera noche es sin duda la peor. Al principio, la fiebre va aumentando, y cuando se estabiliza, se pasa de tener frío, un frío mortal, a sentir que las capas de ropa sobran. Y en medio de ese delirio contínuo de seis horas (con interrupción para refrescarme el rostro con la poca agua que queda en el vaso), me levanto con un pensamiento genial, y lo anoto en la agenda negra, ésa que ella vio, que ella escribió. Ésa (la adoro... ya he sobrepasado la página donde ella dejó su huella, y he respetado las páginas cercanas como si fueran el bosque sagrado de Diana). Lo escribo: "El acto más sublime que un hombre puede hacer es bajarle las bragas a una mujer". En medio de tanta locura, una frase cuerda.
La enfermedad va remitiendo, pero no así la pesadez, el spleen y la autodestrucción. No debería haber visto entonces "El club de la lucha". La imagen, esa imagen, de Marla-Helena Bonham Carter (qué preciosa, qué enfermiza belleza) expulsando poco a poco el humo por su boca, como si fuera un ectoplasma en esas fotos de principio de siglo, esa imagen llena de belleza negra, me subyuga. No debería haberla visto. Tyler tiene el mismo problema, sólo que la dualidad está en su cabeza.
Día siguiente. Estoy solo. Mis amigos o están enfermos, o trabajan, o tienen que cuidar a sus hermanas, o tienen obras en casa, o todo a la vez. Ellas no están. No contestan, o duermen, o están con alguien, a quién demonios le importa, lo importante es que no puedo hablar con ellas, ni con nadie. Y en este estado apenas puedo moverme de casa. Me siento como un maldito fantasma en una galería de manicomio abandonado.
¿Verdad que si me abriera las venas no os daríais cuenta de nada hasta que estuviera bien muerto y enterrado? Por supuesto, estas malditas líneas no le importan una mierda a nadie, y menos a ellas. Sophie nunca ha leído mi blog. O quizá una o dos veces. De acuerdo, no tiene tiempo, es verdad. No hablo de este blog, claro. De otro, más importante. Pero hay algo de mi vida ahí que comparto, y todo eso se lo ha perdido. Y después dice que apenas hablo por teléfono. Amelia pasa de puntillas por aquí, pero no dice nada. ¿Cuándo leerás esto, Amelia, querida -mi Amelia, no la del blog homónimo-? ¿Miércoles, Jueves quizá? Para entonces le podrían haber hecho tres veces la autopsia a mi cadáver. [Cadaver: caro data vermibus, carne entregada a los gusanos]
¿Qué espero con toda esta sarta de estupideces? Ni yo mismo lo sé, quizá que la habitación arda conmigo dentro, con Metallica sonando de fondo.
Amelia, querida, entiendo que no puedas venir. Lo que no entiendo es cómo voy a volver a ser feliz EN ESTA PUTA VIDA.