Will you? Will you now? Will you die for me? Don´t you fuckin´ lie
Antes de su sms:
Llegó de nuevo la rutina y se las llevó a ambas a la gran ciudad, en forma de un cansado viaje en bus para una y de 50 minutos de vuelo para otra. Mis ilusiones se centraban ahora en la visita a la metrópolis a finales de mes: tres días, uno de ellos clandestino para Sophie. Había decidido dejar una noche para Amelia, para cenar con ella, abrazarla, contarle mis inquietudes y compartir una noche de hotel. Aún no sabía hasta qué ronda querría jugar ella, pero estaba decidido a apostar. Sophie, por otra parte, quizá lo pudiera sospechar, quizá lo sabría, pero para mí no habría vuelta atrás. Por un lado, Sophie era totalmente mi mundo; Amelia era la desconocida que, por mucho rechazo que dieran algunas de sus costumbres, seguía en ese momento atrayéndome irremisiblemente. Quizá porque su vida era algo disipada, quizá porque era la primera chica guapa e inteligente que se interesaba por mí desde Sophie, quizá porque era especial. No sé. Cuando ahora analizo los sentimientos que me movían me hallo en una extraña incongruencia: que, queriéndolo hacer (lo nuevo, lo desconocido), había algo que me sujetaba a no hacerlo, aun cuando sabía que nada de lo que había soñado tenía por qué cumplirse. Mi imaginación, de nuevo, iba por delante y me sacaba un par de cabezas de ventaja.
Después de su sms:
Ese día, a eso de las cuatro, llegó su jugada. Su descarte. Después de unas navidades en las que todo parecía haber funcionado y un franco cariño hacia ella me atemorizaba con mudarse a vivir a mi casa y quedarse (y por consiguiente a compartir habitación con el deseo), se echaba atrás. Que no quería perder a FY. Le había engañado una decena de veces el año pasado, pero ahora no podía ser, pensé. Maldita sea. Mi imaginación, de nuevo, había ido por delante y me había sacado un par de cabezas de ventaja, hasta que la mía se había estrellado contra el voluptuoso muro de la determinación de una mujer.
Llegó de nuevo la rutina y se las llevó a ambas a la gran ciudad, en forma de un cansado viaje en bus para una y de 50 minutos de vuelo para otra. Mis ilusiones se centraban ahora en la visita a la metrópolis a finales de mes: tres días, uno de ellos clandestino para Sophie. Había decidido dejar una noche para Amelia, para cenar con ella, abrazarla, contarle mis inquietudes y compartir una noche de hotel. Aún no sabía hasta qué ronda querría jugar ella, pero estaba decidido a apostar. Sophie, por otra parte, quizá lo pudiera sospechar, quizá lo sabría, pero para mí no habría vuelta atrás. Por un lado, Sophie era totalmente mi mundo; Amelia era la desconocida que, por mucho rechazo que dieran algunas de sus costumbres, seguía en ese momento atrayéndome irremisiblemente. Quizá porque su vida era algo disipada, quizá porque era la primera chica guapa e inteligente que se interesaba por mí desde Sophie, quizá porque era especial. No sé. Cuando ahora analizo los sentimientos que me movían me hallo en una extraña incongruencia: que, queriéndolo hacer (lo nuevo, lo desconocido), había algo que me sujetaba a no hacerlo, aun cuando sabía que nada de lo que había soñado tenía por qué cumplirse. Mi imaginación, de nuevo, iba por delante y me sacaba un par de cabezas de ventaja.
Después de su sms:
Ese día, a eso de las cuatro, llegó su jugada. Su descarte. Después de unas navidades en las que todo parecía haber funcionado y un franco cariño hacia ella me atemorizaba con mudarse a vivir a mi casa y quedarse (y por consiguiente a compartir habitación con el deseo), se echaba atrás. Que no quería perder a FY. Le había engañado una decena de veces el año pasado, pero ahora no podía ser, pensé. Maldita sea. Mi imaginación, de nuevo, había ido por delante y me había sacado un par de cabezas de ventaja, hasta que la mía se había estrellado contra el voluptuoso muro de la determinación de una mujer.
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