"La diferencia de la infidelidad en los dos sexos es tan real que una mujer apasionada puede perdonar una infidelidad, cosa imposible para un hombre." (Stendhal) - 3ª parte
Smyrna me escuchaba atenta tras el humo del tabaco. La noche nos había engullido hacía horas y yo seguía con mi relato.
-¿La volviste a ver al día siguiente?
-Sí. Y de qué manera.
Esa mañana Sophie y yo nos levantamos pronto. Ella tenía que acudir a sus clases y yo había quedado con Amelia para tomar un café por la mañana. La promesa de entregarle algo que me había quedado pendiente logró convencerla para que quedáramos una vez más.
Los nervios hicieron que tomara el sentido inverso del metro para ir a su encuentro. Afortundamente, aun así llegué pronto y enseguida reconocí el lugar donde me había citado. Cuando bajó las escaleras del edificio y yo lancé el cigarrillo que tenía entre los dedos para cruzar la calle e ir tras ella, me sentí en una película francesa de posguerra: el frío de la mañana, la ciudad extraña, la soledad inusual de las calles, nuestro encuentro clandestino... Fuimos a un café cercano, acogedor. Allí me contó cómo le había ido con FY. No recuerdo si en esa ocasión la besé: sí sé que le comenté una letra de una canción popular de mi tierra, que -como todo lo tradicional- sabiamente dice "no estéis celoso/de una fruta que no se gasta/no importa que otro la pruebe/mientras quede para vos", y que le mostré el cuaderno donde habían nacido todas mis traiciones literarias.
Apenas tuvimos media hora de encuentro. Acordamos comer juntos. Yo no vería a Sophie hasta las cinco, así que aún había tiempo. Nos despedimos fugazmente en las mismas escaleras de antes, con la promesa de vernos en unas horas.
(continuará...)
-¿La volviste a ver al día siguiente?
-Sí. Y de qué manera.
Esa mañana Sophie y yo nos levantamos pronto. Ella tenía que acudir a sus clases y yo había quedado con Amelia para tomar un café por la mañana. La promesa de entregarle algo que me había quedado pendiente logró convencerla para que quedáramos una vez más.
Los nervios hicieron que tomara el sentido inverso del metro para ir a su encuentro. Afortundamente, aun así llegué pronto y enseguida reconocí el lugar donde me había citado. Cuando bajó las escaleras del edificio y yo lancé el cigarrillo que tenía entre los dedos para cruzar la calle e ir tras ella, me sentí en una película francesa de posguerra: el frío de la mañana, la ciudad extraña, la soledad inusual de las calles, nuestro encuentro clandestino... Fuimos a un café cercano, acogedor. Allí me contó cómo le había ido con FY. No recuerdo si en esa ocasión la besé: sí sé que le comenté una letra de una canción popular de mi tierra, que -como todo lo tradicional- sabiamente dice "no estéis celoso/de una fruta que no se gasta/no importa que otro la pruebe/mientras quede para vos", y que le mostré el cuaderno donde habían nacido todas mis traiciones literarias.
Apenas tuvimos media hora de encuentro. Acordamos comer juntos. Yo no vería a Sophie hasta las cinco, así que aún había tiempo. Nos despedimos fugazmente en las mismas escaleras de antes, con la promesa de vernos en unas horas.
(continuará...)
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Malaa -