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Jardín de Ruinas

Cuando el amor salta por los aires

No bastaba la tragedia que todos conocemos para subirme al calvario, sino que Sophie se prestaba voluntaria poco después para clavarme en la cruz que se me asignó en el Gólgota.
A mi derecha, el buen ladrón me grita "llévame a mí también contigo", y le respondo "estúpido, allí donde voy no puedes seguirme"; el ladrón de la izquierda, entre atroces espasmos, me acusa: "te lo mereces, condenado bastardo". Y desde la cruz oteo el horizonte de tinieblas que me espera.
Entonces aparece María Magdalena, lleva un palo con una esponja en vinagre, pero cuando ésta llega a mí, ya no es esponja sino lanza, una lanza romana que me atraviesa el pecho y me provoca un estertor sanguinolento.
Fallezco antes de la una de la madrugada. Al expirar, clamo un sms al cielo de antenas: "Acabamos de romper". Y lanzo mi último aliento.
Esta vez muero por mis propios pecados.

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