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Jardín de Ruinas

It can't rain all the time

Llueve en la ciudad, y sólo con la fuerza con que sabe hacerlo en el corazón del otoño, cuando los árboles crujen por el viento y sus ramas caen derrotadas por la lluvia. Me gusta la lluvia, sentirla caer y estar arropado en la cama, oyendo las gotas impactar contra las persianas. La lluvia es más triste en Madrid. Es diferente: el cielo está gris y presagia un océano de pesares. ¿Debería partir hacia el encuentro de un destino aciago? Romper los lazos y las cadenas con la lluvia. Decírselo. Ahora tengo paz. Ahora estoy tranquilo. Pero cada llamada -maldito móvil, maldito mensaje de sucréditoestáapuntodeagotarse-, cada email me hace agitar, me llena de escalofríos y nubla la dirección de mis intenciones: el curso de un río que se desborda por la lluvia.

Escuchando: In Your Park, Crying Days, etc. (Scorpions)

We just stopped breathing

Las noches de navegación ahora son más aburridas, más monótonas. El monitor parpadea y amarillea las letras de la pantalla, como si fuera una fotografía que va envejeciendo por momentos. El buzón sigue vacío como el jardín de una casa abandonada. El zumbido del ventilador es el único ruido de la intempestiva hora en que sigo aquí, aferrado a una presencia que ya no se ha de repetir.

Abajo, el estrépito del camión de basuras llena la calle con su eco hasta que éste se difumina en el silencio.

Souvenirs

Cuánto nos reíamos aquellas lejanas mañanas de facultad, o ya no sé si eran de instituto, cuando yo te hacía repetir aquello de "Hoc est proprium homini" y tú no sabías pronunciarlo. Pensándolo ahora, me parece que más que no saber decirlo, jugueteabas conmigo, fingías un trabalenguas inexistente, y se te iluminaba la cara al ver la sonrisa de mi incredulidad. Juegos de novios...

Omnes ferunt, ultima necat

El tiempo es el mejor sedante. La mejor medicina. La indiferencia es el precio que hemos de pagar por dilatarnos en el tiempo.

Lo peor es tener que vencer esta apatía, este malestar interior; este querer salir corriendo de cualquier sitio. Me siento como un perro encerrado. Necesito un respiro.

ÉCHALE A ÉL LA CULPA

Hoy te has ido de fiesta con tus amigas,
y sin que tú lo sepas me regalas
un tiempo de estar solo que ya empieza
a ser raro en mi vida, un tiempo útil
para intentar pensar en ti como si fueras
lo que siempre debiste seguir siendo
cuando pensaba en ti: aquella persona,
en todo semejante a cualquier otra,
que una noche lejana tuvo el gesto
generoso y extraño de entregarme su amor.
Pero el amor nos cambia, nos convierte en espías
ridículos del otro, en implacables jueces
que condenan sin pruebas y comparten
sus estúpidas penas con el reo.
El amor nos confunde y trata ahora
de que vea en tu fiesta una traición.

Por huir de esta trampa me amenazo
con los nombres que cuadran al que cae en su vacío:
egoísta, ridículo, inseguro, celoso...
y como un ejercicio de humildad pienso en ti
divirtiéndote sola: te imagino bailando
y mirando a otros hombres;
al calor del alcohol
confiesas a una amiga algunas cosas
que te irritan de mí sin que yo lo sospeche,
y por unos instantes saboreas
una vida distinta que esta noche te tienta
porque eres humana, aunque no me haga gracia.

Ahora caigo en la cuenta de que dudas
como yo dudo a veces; y que también te aburres,
y que incluso algún día habrás soñado
follar como una loca con el tipo que anuncia
la colonia de moda.
Para calmarme un poco
tras la última idea, yo me digo
que el amor es un juego donde cuentan
mucho más los faroles que las cartas,
y procuro ponerme razonable,
pensar que es más hermoso que me quieras
porque existen las fiestas, y las dudas,
y los cuerpos de anuncio de colonia.

Lo que quiero que sepas es que entiendo
mejor de lo que piensas ciertas cosas,
que soy tu semejante, que he pensado besarte
cuando llegues a casa; y que es el amor
-ese tipo grotesco y marrullero-
el que va a hacerte daño con palabras
absurdas de reproche cuando vuelvas,
porque ya estás tardando, mala puta.

Vicente Gallego, La plata de los días.

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Maldita sea.

Maldita sea.

Maldita seas.

Caída del Paraíso

Es la extrañeza de sentirse solo, de escribir para nadie unas líneas estúpidas en este remedo de diario virtual y exhibicionista. Es el ansia de sublimar unos sentimientos que parecen especiales pero son lo más vulgar del mundo.
Volvemos a cometer siempre los mismos errores, ahora y siempre. No es el destino: es acaso el inevitable camino del hombre -del hombre, del ser masculino-, el sendero abierto en sus genes, en sus hormonas, en sus terminales nerviosas. Es el peligro de la costumbre, el vicio del hábito la serpiente que no puede ser aplastada, la sierpe que en el cuento de Zaratustra tiene uno que engullirse para no morir ahogado, solo que aquí es demasiado robusta como para romperle el espinazo de una dentellada. Es la serpiente de la convención.
La caída del Paraíso tiene muchas lecturas, algunas de ellas apócrifas. Me atrevería a decir que una de ellas, la más plausible, la más sugerente, es la de la condena de Adán con sus escarceos con Lilith. Así condena un dios vengativo la satisfacción de los impulsos. La carne abrió las puertas del Paraíso y las volvió a cerrar. Qué verdad en los Evangelios, qué verdad en nuestras heréticas mentes.

Del amor y otros demonios

Mierda. Pensaba que no era nada, que era algo accidental, que en dos días estaría olvidado; pero no, resulta que era otro clavo más en mi ataúd y que ahora es mejor dejarlo, darnos tiempo, como acordamos antes de que llegara septiembre. Que nos demos tiempo para ver si volvemos con más fuerza o lo dejamos.

Pero qué mierda. Lo estaba intentando. El sueño me liberó y ahora... Ella no piensa que yo vaya a cambiar, y se ve encerrada, atrapada en una vida anodina, la vida que yo le puedo ofrecer. Maldito amor. Maldita mierda de amor.

Y ahora solo. Sophie se largará de nuevo de la ciudad; Amelia, al otro lado del teléfono, esperando, en su remoto lugar, unas palabras que no sé decirle... Solo de nuevo. Mierda para todas.

Esperando un respiro

Mucho mejor ahora que la alejo; ahora que su teléfono ha desaparecido -no sé cómo, no sé quién- de mi móvil. La mejor cura es dar una tregua a mi maldita psique. He visto que las cosas con Sophie no están tan mal: me he divertido mucho con ella, por fin, puedo decir que, desde hace meses, me he sentido muy bien a su lado. Y, aunque hoy nos hemos peleado, y ella ha subido a su casa sin tan siquiera decirme adiós, puedo comprender que estar con ella es lo que deseo. Amelia es todo ardor, pero nunca será mía. Está bien soñar, pero no cuando los sueños empiezan a devorar la vigilia.
Amelia, si algún día lees esto y crees verte reflejada, escríbeme...

Perversión en la consulta

Ayer fui a la consulta del psicólogo, y no se me ocurrió más que llevar conmigo el libro que estoy leyendo: Lolita, de Nabokov. Mientras esperaba mi turno, abrí el libro y me puse a leerlo. En la sala de espera había un par de personas más. Una mujer de unos cincuenta años, muy recatada, me miró, observó el título del libro e hizo una mueca extraña. Luego caí en la cuenta... Psicólogos... Lolita... Quizá en esa sala de espera me tomaron por un pederasta ansioso de curación...

El amenazado

Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.

Es el amor, con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.

El nombre de una mujer me delata.

Me duelen dos mujeres en todo el cuerpo.

Sed non satiata

He vuelto de la piscina. Y el frescor y el ánimo que me transmite me devuelve cuando llego a casa las ganas de vivir. Qué daría ahora, Amelia, por tenerte en mi cama y hacerte el amor, lamer todo tu cuerpo y acabar exhausto a tu lado. Qué daría por teneros a las dos en la misma alcoba, a la vez, desnudas y arrinconadas en una esquina, con esos ojos de melaza que enturbian mi ardor. Como decía el poeta, entre esas piernas, yo sería Dios.

Fragmentos turbios

"Humbert era perfectamente capaz de tener relaciones con Eva, pero suspiraba por Lilith."

Lolita, Vladimir Nabokov.

The river of deceit

El río de las mentiras sólo fluye en una dirección: ladera abajo, ensanchándose y haciéndose más caudaloso. No sé qué fue exactamente lo que más me dolió. Sabías que el juego era peligroso, que estabas haciendo el tonto y lo consentiste. Sabías que era perjudicial, pero quisiste seguir así, adelante, incluso te lo tomaste como no era. Sabías que podía pasar una cosa así, de hecho, era de esperar, con su historial. Sabías que estas cosas te poseen más de lo que crees que lo harán. Lo sabes. Y lo que es peor, lo consentiste.
Olvidar, olvidar, olvidar. Dormir. Leer. Salir. Pero olvidar.

El Eterno Femenino

Mujeres... Sois insondables, incognoscibles, el eterno misterio de los ojos de una mujer. Amigas, compañeras, confesoras, amantes, qué secreto es el que envolvéis entre vuestro pelo, entre los delicados dedos de la mano, para que un hechizo tan letal nos consuma. Qué deseo es el que azota nuestras entrañas para querer poseeros, qué maldita desazón cuando no son los ojos de uno los que vuestra mirada desnuda. Mujeres. Por vosotras Orfeo desciende a los Infiernos y Apolo consigue su corona de laurel. Por la belleza de una de vosotras empieza la Guerra de Troya. Y no es para menos...

Wake Up

Hoy es uno de esos días en que uno desearía no haber nacido -como decía Sófocles. La luz y los ruidos empiezan a filtrarse pronto en mi habitación. Hace mucho calor y pese a dormir casi desnudo estoy empapado en sudor. De la calle llegan ladridos, señoras gritando, bocinazos de coches; me agarran y me impiden que vuelva a conciliar el sueño. Ya no podrá ser. Al menos he pasado bien la noche: los relajantes musculares cumplen bien su trabajo, enseguida estoy k.o. Tengo una noche completamente negra: sin sueños, sin pesadillas. Simplemente, unas horas de total y completa inexistencia.
Me gustaría ver a Amelia, pero está Sophie. Y los días van pasando lánguidamente en esa dicotomía.
Es duro jugar a dos bandas.

Deslumbramiento en la calle

Cruzaba la calle y entonces vi a una chica deslumbrante: la blusa que llevaba insinuaba descaradamente sus pechos y descubría toda su espalda. Rubia, contorneada, piel blanca, piernas dulcísimas, la observé mientras esperaba a poder cruzar. Se metió en el supermercado de la esquina, y no pude evitarlo, tuve que seguirla dentro, aunque no llevaba ni un céntimo para comprar alguna chuchería que me sirviera de excusa para poder contemplarla un poco más, antes de que desapareciera de mi vida, como todos los encuentros fortuitos que cada día la calle nos depara.

Encuentro

Hoy iba caminando por la ciudad; había quedado con unos amigos en una apartada cafetería del barrio viejo. Y en los soportales de la Plaza Mayor veo a una pareja que camina en dirección opuesta a mí, van abrazados; él, un tipo de pelo moreno y rizado, con barba de tres días y gafas de sol; ella, delgadita, con una falda y camiseta, pelo ondulado y castaño y pequeño piercing en la nariz. Cuando me sobrepasan, él le da un beso apasionado en la mejilla, pero ella, mientras es besada, me mira a mí, con una mirada fugaz -apenas un segundo- y encendida que me traspasa, y entonces soy yo el que deseo estar abrazándola y besándola el resto de mis días.
Sigo mi camino hacia la cafetería.

Bienvenidos a Jardín de Ruinas

Se inicia esta bitácora como blog de carácter personal. Aquí se podrán leer las inquietudes del autor, lo que ha sido, lo que debería y lo que nunca podrá ser. Bienvenidos.