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Jardín de Ruinas

El largo camino de vuelta al infierno

Cada vez que el monitor parpadea, cada vez que el televisor se distorsiona, voy corriendo a consultar la pantalla del móvil, esperando ver la imagen del sobre iluminada.

(El veneno que transmiten estas ondas será el precio más bajo que haya de pagar por ti. Lo juro)

Pero cada vez que acudo a él, el móvil sigue imperturbable, pétreo. Malditas interferencias.

La poesía acabó conmigo

Estaba en el supermercado cuando de repente tuve una revelación: ¿No estaría haciendo un uso inmoral de la poesía? Es decir, igual que aquel Lobsang Rampa decía que no había que usar las habilidades adivinatorias para el propio beneficio, ¿no estaría yo abusando del Arte, del Verbo, para conseguir aquello que quería? ¿Me castigarían las nueve musas con nueva calamidades sobre mi cabeza?
Lo cierto es que horas después, llegó un mensaje de Amelia. Le había enviado un poema mío al móvil dos días atrás, y al parecer su pareja FY lo interceptó. Amelia me regañaba severamente por esa travesura fatal. Yo la imaginaba airada y con el ceño fruncido. Le pedí disculpas y le prometí ser más cauto en el futuro, pero el daño ya estaba hecho. Estampado en el muro de la confusión, me sumergía más en el letargo que supone vivir en este paraje asqueroso y recóndito. No podía hacer nada más, no puedo hacer nada. Me encuentro amordazado por doscientas leguas de mar y cuando tengo algún momento de respiro nunca sé si es el adecuado.

Fue entonces cuando relacioné ambos hechos: mi conciencia de culpa como poeta y el desastre con Amelia. ¿Casualidad? ¿Fatum? Espero sinceramente que no caigan las ocho maldiciones restantes...

From her to eternity

A Sophie le excita leer la Ilíada. Supongo que es por sus raíces griegas maternas, o quizá por el recio verso de Homero, por las toscas formas hombrívolas que en la obra aparecen. A Sophie le ponen los hombres que han visto mundo (ahora entiendo el atractivo que supone Omar, el marido de una amiga común). Supongo que Sophie leerá con la misma delectación la Odisea.

¿Y a ti, Amelia? ¿Qué te excita? Sé de tu cuello virgen de mí, de tu territorio sagrado que venero como si fuera una vestal, y en el que prometo adentrarme como el protagonista de El corazón de las tinieblas. Sé de las fresas, y el champán, y sé cómo te gustan mis poemas... Aaah... la incertidumbre es una de las cosas que más nos gustan de ser amantes, ¿verdad?

"¿Cómo vivir siempre pensando en quien quizá no ha de volver?" (Kavafis) - 4ª y última parte

Finalmente, el amanecer, después de horas interminables de una confesión que sólo podía hacerle a ella, nos sorprendió a ambos agarrados a una taza de café y a la débil esperanza de que contar lo que sentía me ayudaría a poder resolver mis dudas.
-Quedaba pendiente una comida con Amelia.
-Y unas horas que se dilatarán para siempre en mi memoria...

Malgasté las horas que quedaron entre el desayuno y la comida. Volví al hotel a pie, dando una vuelta por la enorme urbe, que, con el paso de los días, se me iba haciendo menos extraña. La posibilidad de vivir en ella no se me hacía tan extraña, después de todo. No recuerdo qué hice en esas horas; seguramente apuntar algunas notas en mi cuadernos, leer algunos poemas de Nicanor Parra. En ese momento estaba completamente de acuerdo en sus versos:
"¡Está bien que me pase por imbécil!
La poesía se ha portado bien,
yo me he portado horriblemente mal.
La poesía terminó conmigo.
"

Llegó la hora acordada, y un sms: "Estoy en la boca del metro. Ven antes de que me arrepienta", con ese sabor agridulce de la clandestinidad que tanto hace hervir mi sangre. Nos encontramos y recalamos en un restaurante cercano. Pedimos una ensalada que resultó ser gigantesca. Ella estaba radiante. Le dediqué el cuadernito que le había entregado en nuestra primera cita. Ella, a cambio, con una exquisita y temblorosa letra, me obsequió con una nota en mi cuaderno. Hablamos, hablamos, hablamos. Sólo recuerdo de aquellos momentos sus delicadas manos y sus ojos de bronce.
Al terminar, dimos una vuelta y nos paramos en la Plaza de la Despedida. Nos sentamos en un banco y nos abrazamos. Volví a sentir el calor de sus labios, el aroma de su pelo. Quien nos hubiera visto, hubiese dicho que llevábamos mucho tiempo juntos. Seguimos murmurándonos el uno al otro, pensando qué iba a ser ahora de nosotros.
Después de un rato, fuimos a tomar un té a una cafetería cercana. La pena por nuestra despedida se iba agrandando como un abismo a mis pies: la certeza de que no iba a poder verla en mucho tiempo me paralizaba.
Inevitablemente, surgió el tema del sexo. Era demasiado duro aventurarse a una respuesta cierta, así que lo echamos a suertes. Con una peseta antigua lo decidimos: cara, venía al hotel (¿acaso no era morboso que los de recepción me vieran subir con dos chicas diferentes? ¿qué iba a sentir al acostarme en la misma cama donde había dormido Sophie?); cruz, lo dejábamos allí. La fortuna sonríe a los audaces, dicen. En ese momento la fortuna no debió de sentirme demasiado audaz.
Cuando ella estaba en el baño, llamó Sophie. Ya terminaba sus clases; se habían hecho ya las cinco. Teníamos que separarnos. Le leí algún poema en voz baja y permanecimos abrazados y con la mirada perdida.
Volvimos a la Plaza de la Despedida. Y allí, después de besarla por última vez, acordamos no decirnos adiós, sino hasta luego.

Cuando nos separamos, ella no volvió la vista atrás.

"La diferencia de la infidelidad en los dos sexos es tan real que una mujer apasionada puede perdonar una infidelidad, cosa imposible para un hombre." (Stendhal) - 3ª parte

Smyrna me escuchaba atenta tras el humo del tabaco. La noche nos había engullido hacía horas y yo seguía con mi relato.
-¿La volviste a ver al día siguiente?
-Sí. Y de qué manera.

Esa mañana Sophie y yo nos levantamos pronto. Ella tenía que acudir a sus clases y yo había quedado con Amelia para tomar un café por la mañana. La promesa de entregarle algo que me había quedado pendiente logró convencerla para que quedáramos una vez más.
Los nervios hicieron que tomara el sentido inverso del metro para ir a su encuentro. Afortundamente, aun así llegué pronto y enseguida reconocí el lugar donde me había citado. Cuando bajó las escaleras del edificio y yo lancé el cigarrillo que tenía entre los dedos para cruzar la calle e ir tras ella, me sentí en una película francesa de posguerra: el frío de la mañana, la ciudad extraña, la soledad inusual de las calles, nuestro encuentro clandestino... Fuimos a un café cercano, acogedor. Allí me contó cómo le había ido con FY. No recuerdo si en esa ocasión la besé: sí sé que le comenté una letra de una canción popular de mi tierra, que -como todo lo tradicional- sabiamente dice "no estéis celoso/de una fruta que no se gasta/no importa que otro la pruebe/mientras quede para vos", y que le mostré el cuaderno donde habían nacido todas mis traiciones literarias.
Apenas tuvimos media hora de encuentro. Acordamos comer juntos. Yo no vería a Sophie hasta las cinco, así que aún había tiempo. Nos despedimos fugazmente en las mismas escaleras de antes, con la promesa de vernos en unas horas.

(continuará...)

"Ut lateat virtus proximitate mali" -El bien se esconde en las proximidades del mal- (Ovidio) - 2ª parte

-No la conseguiste, pues.
-No exactamente. -El atardecer se dibujaba sobre las cortinas echadas de las ventanas de la casa de Smyrna. Ella me miraba atentamente, como si el valor de sus palabras siguiera en juego en mi relato. Proseguí.

Tuve mucho tiempo para pensar al día siguiente. Me costó levantarme y ponerme en marcha. Salí del hotel y fui a pasear, a vagar frente a las tiendas del centro, buscando en vano un abrigo blanco como el de Amelia. En una ciudad tan grande, encontrarla por azar hubiera sido cosa de locos (algo así como que me cayera una maceta en la cabeza, o me encontrara un billete de veinte euros en el suelo), pero aún así seguía oteando a la multitud en un estúpido intento de reconocerla.
Al principio creí que eran imaginaciones mías, que no podía ser que estuviera sintiendo su olor en la ropa, ebria de tabaco y contaminación desde la noche. Pero cuando abrí el armario, su recuerdo volvió a mí, y me extrañó. Y cuando llegó Sophie, ella también olía así. Y entonces, hablando con ella, comprendí que no eras tú, era la CIUDAD. La ciudad transmitía ese olor dulzón, agradable, tranquilizante, que yo había tenido la ventura de asociar contigo antes que a cualquier otra cosa.
Compré comida y almorzé en el hotel, delante de la televisión. Más tarde -bastante más tarde- llegó Sophie, de muy buen humor, cargada con sus cosas. Nos dimos un largo y relajante baño. Aunque el hotel no fuera nada del otro mundo, la bañera era amplia y podíamos caber cómodamente. Más de una hora estuvimos dentro del agua, viendo crecer el vaho en la habitación, emborronándose los cristales. Fue muy relajante. Lo necesitaba, porque la ansiedad me había asaltado -y de qué manera- esa mañana, y aquello consiguió calmarme.
No recuerdo bien esa noche. Sé que estuve entre sus brazos, pero mi confusión no hizo sino aumentar. Pero lo más grave grande estaba aún por llegar.

(continuará...)

"Quien engaña es más justo porque hace lo que prometió" (Plutarco) - 1ª parte

-Smyrna...
-Hola, H. ¿Qué tal fue?
-Es divertido que un oráculo me pregunte eso.
-Y sin embargo, te lo pregunto.
-¿Sabes, Smyrna? Leí una vez que el Oráculo de Delfos era en realidad una emanación de azufre subterráneo que hacía entrar en trance a la pitonisa.
-Es que lo que importa no es el cómo sino el quién.
-Ah...
-Cuéntame...

El miércoles llegué a la gran ciudad. El metro, siempre atestado de personas grises, me llevó a mi destino. Estaba molesto con Amelia. Había estado dándome largas toda la semana y había acabado enfadándome. Me dijo que nos veíamos en otro sitio del que en principio acordamos. Intenté forzar las tornas y atraerla a mí. Funcionó.
Y allí estaba yo, delante de la boca del metro, esperando que emergiera de él como la Venus de Bouguerau (más bien la de Botticelli, por el color de su pelo). Ella me vio antes a mí, pero estuvo dando vueltas sin atreverse a venir. Al final nos acercamos.
Su ternura y su timidez. Eso quizá es lo que la delata a primera vista. Al principio, para mi sorpresa, no se atrevía a mirarme a los ojos. Con las horas, fue relajándose y adquiriendo confianza. Dimos vueltas hasta entrar en una cafetería. Tomamos algo, ella se tapaba la cara por el rubor. A su pregunta de qué llevaba en el abrigo, le tendí lo que le había venido a traer. Lo vio, se imaginó el contenido.
Estuvimos dando vueltas en el frío de la ciudad hasta dar con un local donde cenar. Pedimos lo que le apeteció, una ensalada extravagante, y entonces, a media cena, apareció ÉL. Su pareja, FY.
Me sorprendió lo natural que ella reaccionó, como si tal cosa (desde luego, mejor que el camarero que nos servía cuando lo vio entrar). Yo mismo dudé de quién era él hasta que nos presentó.
Cuando él se fue, volví a sentarme a su lado. Le dije que por su culpa llevaba una semana horrible: pensando demasiado, volviéndome loco por sus evasivas, sus desencuentros. Luego releímos los poemas. Y sus manos, sus dedos, su pelo rojo, su mirada, su nariz peculiar... Se lo dije. Dije en voz bajísima su nombre, y ella lo oyó... y temblando (¡dios, qué emoción!), preguntó "¿qué?". Y entonces... Le dije: "Dame un beso". "Después del café", contestó.
Hablamos, y poco a poco me entresacó algún post de este blog cuyo contenido le hizo vidriar los ojos. Salimos de ahí y en vano buscamos otro bar donde terminar la cena. Sabía que no vendría a mi cama. Era tarde y FY sabía que habíamos cenado juntos.
Seguimos dando vueltas de la mano, el vaho de nuestros alientos hablaba por nosotros. E,irónicamente, la taberna del cisne vio como nos acercábamos y nos besábamos. Me acerqué a ella inocentemente, pero ella fue era es todo fuego. Sentí su lengua, el regusto a tabaco, y en ese momento, el mundo dejó de existir para mí.
Enseguida llegaron los remordimientos, pero antes hubo tiempo de besarla de nuevo. Estábamos desconcertados, y en mí latía el convencimiento de que todo había valido la pena: las mentiras, el dinero, el reírme en la cara de FY, todo. Todo.
Esa noche dormí solo. Ni Amelia ni Sophie. Es más, dormí muy poco. Pero había valido la pena...

(continuará...)

Hacia el destino

Acudí a mi cita con el destino esa tarde. En el vuelo, las nubes me certificaban la incomodidad de no saber con cuál de las dos iba a dormir esa noche.

[En unos días, el desenlace...]

We keep driving to the night. It´s a late goodbye.

Mientras iba conduciendo -el cielo estaba claro como si pasáramos cerca del mar- tuve mucho tiempo para pensar en aquella situación. Durante los kilómetros que me separaban de mi destino como chófer, sus voces se repetían dentro de mi cabeza como distorsiones de una radio mal sintonizada. Amelia decía: "este año he sido una devorahombres". Smyrna: "claro, amor; es que estás cegado completamente...". Amelia: "puedo quedar para cenar, pero dormir es otra cosa.". Smyrna: "la más puta de todas las señoras me viene con esas, bah..."... Sus palabras se iban tatuando en el asfalto de la carretera solitaria. Durante el viaje, mis pensamientos fueron los que dieron vueltas y más vueltas en las glorietas que a nuestro paso atravesamos.

Aire de Smyrna

Era ya muy tarde, pero necesitaba consejo. Los mensajes de Amelia me daban largas y sólo conseguían ponerme más nervioso. Después de tres cigarrillos llegué hasta el hogar del Oráculo de Smyrna. El habitual aroma de nuez moscada de su casa, me recibió antes que ella.
-Smyrna, estoy harto ya.- le dije, después de aceptar un trago de ese té rojo que ofrecía a las visitas más íntimas- ¿Voy a conseguir esa noche con Amelia?
Smyrna se concentró y logró beberse la extraña infusión que tenía delante. Luego, permaneció cerca de una hora con la cabeza gacha, entre las piernas, susurrando algo ininteligible y haciendo pequeñas convulsiones. Sin decirle nada, saqué otra vez el tabaco y esperé.
Finalmente, cogió un papel, lo garabateó con una estilográfica y me lo tendió:

irasnolaconseguiras

Como siempre, sus palabras eran un enigma.
1) Amelia estaba jugando conmigo. En realidad siempre ha sido cobarde. Los últimos días había estado evitando mis llamadas, surcando una semana llena de aparentes compromisos.
2) Me tenía miedo. Amelia temía la posibilidad de nuestra reunión seccreta, de lo que pudiera pasar en ese dormitorio, de despertar algún sentimiento cuando ella lo hiciera la mañana siguiente.
3)Smyrna me decía "irás, no la conseguirás". La vería y se acabó.
4)Smyrna me decía "iras no; la conseguirás". Si me calmaba, todo saldría bien.

Cuando acabo el trance de Smyrna, nos sentamos. Como ella requería, no hablamos sobre la revelación: nada de lo que surgiera de ella mientras estaba en éxtasis podía volver a repetirse. Seguimos charlando y, cuando empezó a salir el sol, me despedí de ella.

Marooned

Pasaron los días sin que llegaran noticias suyas. Amelia estaba cumpliendo su amenaza. Yo, temeroso de llamarla por su FY se encontrase cerca, aguardaba agazapado en mi madriguera, escuchando las lánguidas notas de los nocturnos de Chopin. La espera se estaba haciendo tensa. Y el resultado no iba a ser positivo. FY sabía qué día llegaba yo a su ciudad: la posibilidad de una noche compartida se iba desvaneciendo como el vaho de un cristal en una mañana de invierno, como la esperanza de un náufrago abandonado en una isla desierta.

Will you? Will you now? Will you die for me? Don´t you fuckin´ lie

Antes de su sms:
Llegó de nuevo la rutina y se las llevó a ambas a la gran ciudad, en forma de un cansado viaje en bus para una y de 50 minutos de vuelo para otra. Mis ilusiones se centraban ahora en la visita a la metrópolis a finales de mes: tres días, uno de ellos clandestino para Sophie. Había decidido dejar una noche para Amelia, para cenar con ella, abrazarla, contarle mis inquietudes y compartir una noche de hotel. Aún no sabía hasta qué ronda querría jugar ella, pero estaba decidido a apostar. Sophie, por otra parte, quizá lo pudiera sospechar, quizá lo sabría, pero para mí no habría vuelta atrás. Por un lado, Sophie era totalmente mi mundo; Amelia era la desconocida que, por mucho rechazo que dieran algunas de sus costumbres, seguía en ese momento atrayéndome irremisiblemente. Quizá porque su vida era algo disipada, quizá porque era la primera chica guapa e inteligente que se interesaba por mí desde Sophie, quizá porque era especial. No sé. Cuando ahora analizo los sentimientos que me movían me hallo en una extraña incongruencia: que, queriéndolo hacer (lo nuevo, lo desconocido), había algo que me sujetaba a no hacerlo, aun cuando sabía que nada de lo que había soñado tenía por qué cumplirse. Mi imaginación, de nuevo, iba por delante y me sacaba un par de cabezas de ventaja.

Después de su sms:
Ese día, a eso de las cuatro, llegó su jugada. Su descarte. Después de unas navidades en las que todo parecía haber funcionado y un franco cariño hacia ella me atemorizaba con mudarse a vivir a mi casa y quedarse (y por consiguiente a compartir habitación con el deseo), se echaba atrás. Que no quería perder a FY. Le había engañado una decena de veces el año pasado, pero ahora no podía ser, pensé. Maldita sea. Mi imaginación, de nuevo, había ido por delante y me había sacado un par de cabezas de ventaja, hasta que la mía se había estrellado contra el voluptuoso muro de la determinación de una mujer.

Some say we'll see armageddon soon. I certainly hope we will.

Maldita sea, Amelia, ¿por qué siempre una de cal y otra de arena? ¿Por qué puedo imaginarte entre mis brazos, en el ardor de una inteligencia como la mía y al poco me asaltas con la visión de tu arrebato con la cocaína, en el áspero nudo de tu patético amante yonki, de tus cínicas maneras de sexo descerebrado, cuando tendrías que ser mía, mía, mía, mía?

La lista de tus deslices seguía interminable en la pantalla. Un nombre detrás de otro, para mí tan sólo letras formando una palabra; pero para ti, acaso una emoción, un cuerpo que te estremeció una noche. Cada vez sentía más asco. Pero sólo porque -glups- te quería, decidí apoyarte y consolarte en la distancia.

Maldita sea.

Some say the end is near.
Some say we'll see armageddon soon.
I certainly hope we will cuz
I sure could use a vacation from this

Silly shit, stupid shit...

One great big festering neon distraction,
I've a suggestion to keep you all occupied.

Learn to swim.

Fuck retro anything.
Fuck your tattoos.
Fuck all you junkies and
Fuck your short memory.

Learn to swim

Sin miedo ni esperanza

Amelia había vuelto a su pueblo para pasar las navidades. Su mensaje en el móvil me sorprendió esa mañana, pero sin sobresaltos, sin pitidos estridentes. Una sorpresa silenciosa.
Ese mismo día, Sophie y yo estrenábamos la bañera de la nueva planta baja de sus padres. En el pequeño baño, el vaho inundaba el aire frío. Fuera llovía. Sin sexo, pero con todo el amor que una pareja que se conoce bien puede profesarse. Como antaño, para no levantar sospechas, nos despedismos y cada uno volvió a su casa. A veces, la clandestinidad es la sal de una relación.
Por la noche, algo que sí me sorprendió fue verla conectada. Hablamos, me contó sus último escarceos sexuales, pero esta vez -afortunada, sorprendentemente- no me invadió esa sensación, de envidia lujuriosa. Me divirtió. Mucho mejor así. Y de pronto, sin concesiones, le hice mi propuesta. Aunque las posibilidades de que aceptara fueran nimias.

¿Cuál es el precio de la infidelidad?

10 euros, a 0'15 el mensaje.

Weak and powerless

Suele pasar con frecuencia que nuestros deseo no son cumplidos, y permanecen ahogados como las monedas que lanzan los turistas a las fuentes para tener suerte. En el mejor de los casos, el azar -esa cuarta dimensión que cruza nuestro espacio y tiempo haciendo que la vida se salpique de pequeñas manchas de coherencia- es el que dispone que nuestros más anhelados sueños se cumplan de forma totalmente casual.
Es inútil buscar una manera mejor de que se realicen, porque esos tres elementos conspiran de forma constante contra nosotros: el momento adecuado, el lugar adecuado, la oportunidad. Es dificil que los tres se den al mismo tiempo y de forma positiva. Lo más normal es que sea el momento adecuado pero no el lugar, o viceversa, o que simplemente no se dé la oportunidad.

It's not enough. I need more. Nothing seems to satisfy.

Ella comprendió que hay cosas que no se pueden evitar, por más que se nieguen o -aun- que se busquen. Por un momento me sentí aliviado, e incluso libre, libre para poder actuar como quisiera sabiendo que seguiría teniéndola a mi lado.

Pero no es tan fácil. No puede serlo. Ella sabe muy bien -como yo a veces digo, pero no hago- que una cosa es imaginar y otra concebir algo que ha pasado realmente. ¿Cómo aceptaría Sophie que le dijera que voy a la ciudad y que quiero una noche para mí solo?

Todo son consideraciones teóricas: incluso ésta, que da por supuesto algo que es tremendamente incierto: el consentimiento de Amelia.

Nombre en una agenda. Amor animi arbitrio sumitur, non ponitur.

Escribo tu dirección en una agenda, sin ningún nombre (la página donde te ubico es suficiente para saber quién eres), con la convicción de que no ha de durar mucho allí.
¿Qué sentido tiene anotar unos datos que tan sólo son pasajeros?

On most surfaces

Esta tarde, en el bus, esa chica parecías tú. Sus facciones eran más duras -también ha de decirse que he idealizado las tuyas-, era más baja, pero tenía cierto aire tuyo al caminar, al mirar vacilante a su alrededor.
Sé que no te podré retener; así que te poseo a través de las chicas anónimas que se cruzan conmigo por la ciudad, a través de reflejos despistados de ti en algunas superficies.

Fill me up again... temporarily pacify this hungering...

De ida, cuarenta y cinco minutos de cola ingrata y dos con treinta euros de certificado.

Pero de vuelta, esto:
Me acaba de llegar, me he emocionado, de flipar; te prometo que tendrás noticias mucho más asiduamente; eres un solete más grande, vamos, un encanto de chico, gracias, qué pasada.