-Smyrna...
-Hola, H. ¿Qué tal fue?
-Es divertido que un oráculo me pregunte eso.
-Y sin embargo, te lo pregunto.
-¿Sabes, Smyrna? Leí una vez que el Oráculo de Delfos era en realidad una emanación de azufre subterráneo que hacía entrar en trance a la pitonisa.
-Es que lo que importa no es el cómo sino el quién.
-Ah...
-Cuéntame...
El miércoles llegué a la gran ciudad. El metro, siempre atestado de personas grises, me llevó a mi destino. Estaba molesto con Amelia. Había estado dándome largas toda la semana y había acabado enfadándome. Me dijo que nos veíamos en otro sitio del que en principio acordamos. Intenté forzar las tornas y atraerla a mí. Funcionó.
Y allí estaba yo, delante de la boca del metro, esperando que emergiera de él como la Venus de Bouguerau (más bien la de Botticelli, por el color de su pelo). Ella me vio antes a mí, pero estuvo dando vueltas sin atreverse a venir. Al final nos acercamos.
Su ternura y su timidez. Eso quizá es lo que la delata a primera vista. Al principio, para mi sorpresa, no se atrevía a mirarme a los ojos. Con las horas, fue relajándose y adquiriendo confianza. Dimos vueltas hasta entrar en una cafetería. Tomamos algo, ella se tapaba la cara por el rubor. A su pregunta de qué llevaba en el abrigo, le tendí lo que le había venido a traer. Lo vio, se imaginó el contenido.
Estuvimos dando vueltas en el frío de la ciudad hasta dar con un local donde cenar. Pedimos lo que le apeteció, una ensalada extravagante, y entonces, a media cena, apareció ÉL. Su pareja, FY.
Me sorprendió lo natural que ella reaccionó, como si tal cosa (desde luego, mejor que el camarero que nos servía cuando lo vio entrar). Yo mismo dudé de quién era él hasta que nos presentó.
Cuando él se fue, volví a sentarme a su lado. Le dije que por su culpa llevaba una semana horrible: pensando demasiado, volviéndome loco por sus evasivas, sus desencuentros. Luego releímos los poemas. Y sus manos, sus dedos, su pelo rojo, su mirada, su nariz peculiar... Se lo dije. Dije en voz bajísima su nombre, y ella lo oyó... y temblando (¡dios, qué emoción!), preguntó "¿qué?". Y entonces... Le dije: "Dame un beso". "Después del café", contestó.
Hablamos, y poco a poco me entresacó algún post de este blog cuyo contenido le hizo vidriar los ojos. Salimos de ahí y en vano buscamos otro bar donde terminar la cena. Sabía que no vendría a mi cama. Era tarde y FY sabía que habíamos cenado juntos.
Seguimos dando vueltas de la mano, el vaho de nuestros alientos hablaba por nosotros. E,irónicamente, la taberna del cisne vio como nos acercábamos y nos besábamos. Me acerqué a ella inocentemente, pero ella fue era es todo fuego. Sentí su lengua, el regusto a tabaco, y en ese momento, el mundo dejó de existir para mí.
Enseguida llegaron los remordimientos, pero antes hubo tiempo de besarla de nuevo. Estábamos desconcertados, y en mí latía el convencimiento de que todo había valido la pena: las mentiras, el dinero, el reírme en la cara de FY, todo. Todo.
Esa noche dormí solo. Ni Amelia ni Sophie. Es más, dormí muy poco. Pero había valido la pena...
(continuará...)